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Fotógrafo de arte

En un periodo en el que la libertad se convirtió para mí en un concepto obsesivo, llegué a afirmar que “las únicas vías de huida hacia la libertad total eran la demencia y el arte”.

Aunque hoy no piense exactamente igual, sí creo que la sensibilidad para versionar la vida es tan escasa, que –quien fuere capaz de alumbrar genuinas interpretaciones sobre cualquier faceta de nuestra existencia, es porque antes se atrevió a asumir el vértigo de caminar en soledad–. 

Para la mayoría esto es una locura, a la que osadamente se aventura el artista.

Me gusta el contacto con el mundo del arte. Las reproducciones de pintura, o cualquier otra superficie dimensionalmente plana, requieren la aplicación de un invariable conjunto de normas (posición y equilibrio de luces, y la óptica adecuada) Pero cada cuadro transmite nuevas sensaciones cuando un fotógrafo de arte cuenta con la sensibilidad para penetrar a través del objetivo en las perspectivas y las texturas que pueden encontrarse sobre cada lienzo.

La escultura, sin embargo, es siempre un desafío. Las 3 dimensiones de la materia se amplían en el trabajo del artista y las innumerables interpretaciones que surgen a la hora de la iluminación deben de quedar plasmadas en el trabajo fotográfico. En mi caso, busco esas versiones a través de una cuidadosa rotación del objeto, que en la mayoría de los casos afecta al esquema de iluminación, que hay que recomponer convenientemente. 

La cerámica, la orfebrería, la ebanistería, la música, el ballet, o cualquier actividad vocacional en la que un ser humano trabaja sin mirar el reloj, suelen convertirse para el fotógrafo de arte en verdaderas vías de evasión. / Uralde

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